por Carlos Aletto
Siete meses antes de su muerte, el escritor Jorge Luis Borges le dictó a María Kodama un relato titulado “Silvano Acosta” en el que narra la culpa que siente ante un hombre fusilado por orden de su abuelo militar, un texto que por un lado expone los sentimientos del autor de “Ficciones” ante lo que considera un acto indigno a reparar, pero al mismo tiempo deja varios misterios sobre las precisiones de los actos, los personajes y las fuentes a las que se refiere el manuscrito que acaba de ser difundido.
El inédito, publicado el domingo por el diario La Nación junto con la versión manuscrita por la viuda de Borges, señala desde el comienzo algunas imprecisiones históricas en torno al accionar del coronel Francisco Borges -abuelo del escritor-, quien mientras se desempeñaba como Comandante Militar del Paraná firmó una resolución que terminó con la ejecución de un hombre llamado Silvano Acosta en 1871 bajo la acusación de ser un traidor.
En noviembre de 1985, Borges le dicta a Kodama un texto donde consigna que su padre fue engendrado en la guarnición de Junín, cerca del desierto, en 1874: Jorge Guillermo Borges -tal el nombre de su padre y segundo hijo de Francisco Borges– nació el 24 de febrero de 1874 en Paraná, Entre Ríos. Pero si nació en febrero de 1874, nunca pudo haber sido engendrado ese mismo año -como sostiene el escritor en ese relato- sino entre mayo y julio de 1873. El 10 de julio de 1873 el coronel Borges fue nombrado Comandante en Jefe del ejército del Uruguay.
A partir de estos datos autobiográficos, Borges le dicta a Kodama que desde que nació contrajo “una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871”. Esta historia está certificada por “un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública”, dice el escritor.
Ese “papel” llega a manos de Borges como regalo del historiador de arte y dueño de una de las colecciones de manuscritos más importantes del mundo, el brasileño Pedro Corrêa do Lago (Río de Janeiro, 1958). El coleccionista, que tiene una columna en la revista Piauí, escribe el 14 de noviembre de 2007, en el número 14 de esa publicación, una nota titulada “Três encontros com Borges“, en la cual revela aspectos de este manuscrito redactado por el abuelo paterno de Borges. Allí dice que la carta no la compró en una subasta, sino en “Pardo”, una casa de antigüedades en San Telmo, cuyo “propietario durante cincuenta años fue un anciano bajo y gordo, vestido invariablemente con un traje oscuro”.
Corrêa do Lago le lleva de regalo la carta a Borges la misma tarde que la compró. A la hora del té, la escritora Susana Bombal acompañaba al cuentista y es ella quien le lee en voz alta el comunicado. Antes de finalizar -cuenta el visitante brasileño- el escritor pausa la lectura para adelantarles el final: esa carta estaba fechada en enero de 1871 y en Paraná. Borges revela que su abuela inglesa, la esposa de Francisco Borges, le había confesado que “su abuelo había fusilado a un desertor“.
Lo extraño es que el memorioso escritor no haya fijado esta precisión a la hora de dictar el escrito (confundir una subasta pública con una compra en una casa de antigüedades no es relevante, pero es raro que haya datado el episodio como “tal día de tal mes”). Podría ser un primer borrador al que luego de verificar le agregaría la fecha.
A continuación, Borges dice en el relato: “Nada me costaría fantasear rasgos circunstanciales, pero lo que me ha tocado es lo tenue del hilo que me ata a un hombre sin cara, de quien nada sé salvo el nombre, casi anónimo ahora, y la perdida muerte”.
Borges precisa el dato de que Silvano Acosta en una sola semana desertó y “se pasó a los montoneros”. Un episodio que al escritor le parecería familiar por las acciones del desertor de su “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz“, cuyo personaje saltó de las soldadescas para no “consentir el delito de que se matara” a un valiente.
Capturado el desertor, el abuelo firma la sentencia con “la buena caligrafía de la época. Cuatro tiradores la ejecutaron”. El relato termina con un breve párrafo, donde habla de culpa, de deuda, de reparación imposible y, al final, fecha la “inútil página” el 19 de noviembre de 1985.
Si los datos dictados por Borges fuesen reales, Silvano Acosta fue reclutado por la fuerza en Buenos Aires (en una taberna o una “casa mala” del Bajo). Con ese nombre no hay muchos jóvenes o adultos para ser recluidos: solo dos. Ni en la Provincia de Buenos Aires ni en el resto de país, tampoco abundan los Silvano Acosta.
No hay, lamentablemente, un registro parroquial de defunción en 1871 con esta identidad, ni siquiera en la misma Catedral “Nuestra Señora del Rosario” en la cual unos meses después se casa Francisco Borges con Francisca Haslam, el 14 de agosto, en esta que será única iglesia en Paraná hasta 1898. A Silvano Acosta, luego de fusilado, no se le ha dado, probablemente, “santa sepultura”. Esta falta de registro dificulta la precisa identificación.
Como bien observa Borges en el vago texto, que hasta hace poco estaba desaparecido e inédito, los dos únicos Silvano Acosta que pudieron ser reclutados forzosamente por la leva vivían en Buenos Aires. Vaya a saber que documentos o intuición tenía el cuentista para conocer con exactitud dónde fue “enganchado” el personaje de su relato.
Hay dos Silvano Acosta. Uno nacido en Corrientes, quien vivía en 1869 en la casa del negociante mendocino Marcelino Olmos y su esposa, la porteña Dolores Blanco, en San Telmo o el Bajo (sección 6º del Distrito Federal), junto a los hijos del matrimonio: Julio, Manuel, María de entre 9 y 5 años. Este Silvano Acosta nació en 1855, por lo tanto al momento de ser obligado a ir al ejército tendría 16 años. En 1869, el adolescente correntino no parecería ser un “vago” porque además de vivir con esta familia iba a la escuela, junto a los tres niños Olmos, informa el censo.
El otro Silvano Acosta es hijo de los labradores Ignacio y Petronila Benítez, nacido el 4 de septiembre de 1854, bautizado en la histórica Parroquia (demolida en 1979) Jesús Amoroso en San Martín. En 1869 residía en el cuartel 4º “La Calera” de San Isidro (hoy Capital Federal, entre el Arroyo Maldonado y el arroyo Medrano, en los actuales barrios de Belgrano o Núñez) junto a sus padres y a sus hermanos mayores (también labradores) y dos sobrinas, registrado en el censo con un par de años menos (vaya a saber si con el propósito de no ser reclutado): en vez de 15 figura 13 años. Tendría 17 al ser incorporado al ejército.
Hay un par de Silvano Acosta nacidos entre las décadas del 30 y el 50, pero que no figuran en el censo de 1869: uno hijo de Casimiro Acosta y de Isidora Ortiz, nacido el 2 de diciembre de 1848 (bautizado el 9 de abril en San Lorenzo Mártir, Navarro, Buenos Aires), el otro un Silvano Victorino Acosta, “hijo natural” de Dolores Acosta, nacido el 11 de septiembre de 1857 en Corrientes, quien podría ser (con mal registro en la edad y de forma improbable) el correntino que vive en la casa de los Olmos en 1869. Estos son los únicos Silvano Acosta.
Borges sin ceguera o con más tiempo de vida, hubiese ahondado más en la historia de Acosta, sobre todo en su semejanza con el gaucho de José Hernández. Quizá lo hubiese trabajado para formar parte de las reescrituras del clásico gauchesco: “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” o “El fin”.
Pero con los latidos en retroceso, en la noche de su biblioteca, el escritor dicta un borrador de cuatro cortos párrafos, cuyo interés radica (más que en lo literario) en lo anecdótico, en lo biográfico, en el cierre perfecto de una vida literaria en la que construyó un linaje familiar signado por las armas y las letras.
El texto
El texto inédito que Jorge Luis Borges le dictó a María Kodama el 19 de noviembre de 1985 y fue publicado por el diario La Nación, junto con la versión manuscrita por la viuda del escritor, es el que se transcribe a continuación:
Silvano Acosta:
Mi padre fue engendrado en la guarnición de Junín, a una o dos leguas del desierto, en el año de 1874. Yo fui engendrado en la estancia de San Francisco, en el departamento de Río Negro, en el Uruguay, en 1899. Desde el momento de nacer contraje una deuda, asaz misteriosa, con un desconocido que había muerto en la mañana de tal día de tal mes de 1871. Esa deuda me fue revelada hace poco, en un papel firmado por mi abuelo, que se vendió en subasta pública. Hoy quiero saldar esa deuda. Nada me costaría fantasear rasgos circunstanciales, pero lo que me ha tocado es lo tenue del hilo que me ata a un hombre sin cara, de quien nada sé salvo el nombre, casi anónimo ahora, y la perdida muerte.
Asesinado Urquiza, la montonera jordanista asedió a Paraná. Una mañana entraron a caballo en la plaza y dieron la vuelta golpeándose la boca y gritando algún sapucai para hacer burla de la tropa. No se les ocurrió apoderarse de la ciudad.
Para levantar el sitio, el gobierno envió al regimiento número dos de infantería de línea. Faltaban plazas y una leva recogió algunos vagos en las tabernas y en las casas malas del Bajo. Acosta fue apresado en esa redada, entonces común. Nada me costaría atribuirle una parroquia de Buenos Aires o un oficio determinado -peón de albañil o cuarteador- pero esa atribución haría de él un personaje literario y no el hombre que fue lo que fue. A la semana desertó del cuartel y se pasó a los montoneros. Tal vez pensó que la disciplina entre gauchos sería menos severa que en las filas de un ejército regular. Tal vez quería desquitarse de haber sido arrastrado a la guerra. Prosiguió la campaña y un Destacamento del Dos trajo prisioneros. Alguien reconoció al pobre Acosta. Era un desertor y un traidor. El coronel Francisco Borges, mi abuelo, firmó la sentencia de muerte con la buena caligrafía de la época. Cuatro tiradores la ejecutaron.
Yo nací treinta años después. Un vago sentimiento de culpa me ata a ese muerto. Sé que le debo una reparación, que no le llegará. Dicto esta inútil página el diecinueve de noviembre de 1985.
Télam.